ingeniero Carlos Felipe Cabrer, Bogotá tenía veinte manzanas de sur a norte, y diez de oriente a occidente. Santafé era un almácigo de conventos y un revuelo de campanas que todavía en el siglo XIX mortificaba a la generación de los radicales, que estaban obligados a descubrirse en forma permanente cuando pasaban frente a las iglesias, y que atormentaba, también, a muchos vecinos inconformes con el “ruido” de tantos campanarios. Casi al unísono, todos los días, a las 6 de la mañana, al medio día y al crepúsculo, comenzaba el tañir de las campanas de los templos de la Catedral, la Enseñanza, el monasterio del Carmen, de la Candelaria, la capilla de las Cruces, Santa Bárbara, San Agustín, Santo Domingo, San Francisco, de la Tercera, de El Hospicio, de las Nieves, de San Diego, de la Capuchina de las Aguas, etc. Algunos santafereños se quejaron ante los virreyes y curas, pero estos hicieron caso omiso y la letanía de campanas prosiguió hasta bien entrado el siglo XX. 37