María Eugenia Núñez Fecha de publicación: Cuando se llenan de mentiras las calles, las pantallas de televisión, los periódicos, la radio, la ética profesional y hasta la fe; cuando por todas partes se niega en descaro la verdad y abunda la traición y el desprecio por la vida ¿qué le queda a un pueblo que apenas empieza a sentir el aire fresco y febril de la libertad? El 13 de abril de 2002, la más sublime expresión de irreverencia popular, quedará en el imaginario colectivo del pueblo venezolano, como la respuesta espontánea de la ciudadanía ante el golpe de estado, que en tan sólo cuarenta y ocho horas, intentó acabar con más de cien años de sueños y esperanzas. “Todo once tiene su trece” se advertirá siempre a la ignominia tirana, que ahora quiere menguar su culpa y expiar la pena moral que sobre sí pesa, apelando a un cínico olvido, creyendo que pueden hacernos olvidar también “por decreto”. Si el golpe de estado del 11 de abril fue concebido por los explotadores para castigar los deseos libertarios de los oprimidos, el 13 de abril desató “los poderes creadores” de los que aun sueñan, aún marchan, aún gritan, y aún cantan en todas partes: ¡un mundo mejor es posible! Los increíbles acontecimientos que “sacuden” -cada vez con más fuerza- el trastocado andamiaje del capitalismo en todo el planeta, no pueden ser simples hechos aislados. Aquellos pueblos a quienes el imperialismo creía tener más aterrorizados, empiezan a mostrar que ya no le temen, y retan -hasta sin armas- con sublime desprendimiento y admirable valor a los lacayos asesinos imperiales y a sus bombas. El capitalismo para demorar un poco más su final, se ha convertido en una verdadera maquinaria de destrucción y muerte, que ha eclipsado espantosamente los más abominables crímenes de lesa humanidad cometidos por la monarquía en el ocaso del sistema feudal, su histórico progenitor. Pero esta salvaje explotación de un ser humano por otro ha devenido en una increíble contradicción jamás imaginada por nadie: “la extinción de la especie humana”. Minuto a minuto crece el grado de conciencia de la clase trabajadora sobre las irreversibles consecuencias generadas por este caótico modo de producción, que como un verdadero peligro para la vida en la tierra, pretende sostenerse a costa de lo que sea; al mismo tiempo las evidencias de la terrible amenaza de extinción que se cierne sobre nuestra especie, son admitidas con insólita irracionalidad por representantes del imperio en todo el mundo. En este momento crucial que vivimos, le ha correspondido al pueblo venezolano